La vida no es vida si no se comparte, por eso quiero regalarle a todo aquel que quiera este pedacito de mi mundo, porque a vuestro lado quiero darle color a mis sueños y de algún modo ayudar a pintar los vuestros...

Una dura batalla.

Verónica, una chica sencilla, corriente y con una personalidad bastante fuerte hasta el momento, acababa de cumplir la mayoría de edad y siempre utilizaba esta frase: quien me quiera, que lo haga por lo que soy y no por lo que podría ser.
Todos sus amigos admiraban aquella valentía, esa fuerza de voluntad y esas ganas de alcanzar sus metas, superando todo lo que se viniera encima.
Era una muchacha muy optimista, tenia un cuerpo normal, rellenita, pero ágil, su pelo era largo y rizado y sus ojos marrones, no muy oscuros, mas bien claritos.
Ella era feliz, una buena familia, unas notas, no de sobresaliente, pero buenas y una pandilla con la que salia y compartía todo.
Un día llego un chavalito nuevo al grupo, se llamaba Alfredo; guapo, simpático y un poco tímido al principio.
Verónica no se fijo mucho en él, ya que, no era el típico niño llamativo, pero pasado el tiempo empezó a conocerlo, primero se hicieron muy amigos, fue una de esas amistades inseparables donde con una mirada eres capaz de saber todo lo que te quiere decir la otra persona.
Todo siguió su marcha y Verónica sin darse cuenta empezó a sentir algo mas fuerte de lo que llamamos amistad, un cosquilleo inevitable le entraba cada vez que se cruzaban sus miradas, cada sonrisa era para ella un motivo de suspiro.
Ellos se lo contaban todo, tenían una confianza ciega, pondrían la mano en el fuego el uno por el otro.
Verónica lo pensó, tenia miedo, pero como os he contado antes era decidida y atrevida, así que un día se decidió a contarle todo, a confesarle aquello tan grande que llevaba dentro desde hacía un tiempo, entonces le mando un mensaje diciéndole: "Ns vms a ls 19:00 en el parq de al lado d tu casa n tards bss"
Allí estaba ella, con su mejor vestido, un día de primavera donde todo parecía estar a su favor, llegó Alfredo, se saludaron y comenzaron a hablar, entonces de repente y sin esperarlo, la verdad le jugó a Verónica una mala pasada y la confianza se convirtió en un puñal directo al corazón. Alfredo se había colado de Naila, una chica nueva en el barrio, de pelo largo, negro como el carbón, unos ojos azules que se confundian con el hermoso cielo y por supuesto delgada y alta, como una princesa sacada de un cuento.
Alfredo le pidió a su mejor amiga, Verónica, que si le ayudaba en su conquista, ella lo abrazo y creó una falsa ilusión y entusiasmo por ayudarle, Alfredo, ausente de todo, siguió contando...
Pasadas unas horas, Verónica, llegó a casa y se encerró en su pequeño mundo, al que llamaba habitación, entonces ocurrió, sus mejillas se inundaron como mares a causa de sus lágrimas.
En ese momento se levantó, se miró al espejo y su vida cambió para siempre, culpó a su físico de todo y lo convirtió en su peor enemigo, al que por su puesto, quería hacer desaparecer.
Dejó de ser esa niña optimista y positiva para convertirse en la muchacha mas infeliz del mundo, dejó de salir, de sonreirle a la vida, y lo peor de todo, de alimentarse, dejó de comer, se provocaba vómitos y esto la sumergió en una gran depresión, sus mas bellos sueños se habían deshecho para convertirse en una obsesión por ser una de esas mujeres que aparecen en las revistas, retocadas por photoshop, pero solo consiguió frustración y melancolía.
Nadie lo entendía, todos querían ayudarla pero ella nunca se dejó, al parecer su humor cambió y ya nada le importaba, ni siquiera Alfredo consiguió que le contara y a pesar de llevarla a médicos y de tener el apoyo de todos, Verónica no pudo superarlo, era como si la tierra se la hubiera tragado, y la anorexia acabó con su vida sin remedió alguno.
Verónica murió, todos sabían que fue por una batalla perdida contra la anorexia y sus complejos, pero nadie nunca supo que todo empezó aquel día delante de su reflejo y por un amor que creía imposible, pero algo que si sabían todos sus amigos, era que Alfredo había inventado ese falso amor por Naila, para olvidar algo mas que una amistad con Verónica, por miedo a romper la relación tan bonita que existía, pensando que siempre seria un amor imposible.







Si Verónica hubiera confiado en alguien, si hubiera salido de su pequeño mundo para abrirse al exterior, quizás esta pequeña historia tendría hoy un final feliz, un nuevo amor y una guerra más ganada a la anorexia y los complejos.

No hagas de la soledad una amiga, porque tú no estas solo, parate y observa a tu alrededor tan solo un instante, descubrirás que hay muchos brazos que buscan alguien a quien abrazar y alomejor a ti te hace farta un simple y caluroso abrazo para devolver la ilusión perdida.

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